2008/07/29

Unas aguas clarificadoras


La leyenda llegó a mis oídos a través del viento que todo lo traslada, se decía que la fuente estaba perdida en el bosque y que aquellos que llegaban hasta ella sufrían males terribles. La fuente de piedra resquebrajada y musgo bordeante parece contar con mil historias de su pasado: la sumergen en los jardines de un palacio del que despareció un día cualquiera dejando un hueco en su lugar del que con los años emergió una roca de mil aristas.

No se puede tener en consideración la opinión de los que juran que perdidos en el bosque han llegado a encontrarse con ella, todos volvieron con el juicio nublado, pesadillas y visiones espectrales que se fueron intensificando hasta que llegaron a morir de cansancio.

Nadie busca esta fuente porque nadie cree que exista, no se puede ubicar porque las referencias se pierden y todo el que conoce la leyenda la usa para evitar, como si acaso se pudiera, que los niños penetren en el bosque.

¿Por qué no creen en la realidad más que cuando se presenta desnuda ante los ojos? La negación es la destrucción del cuerpo y la mente, es esa falsa atención que prestamos a lo que fugazmente nos hace evitar nuestras culpas; la recompensa con el más allá. No quieren pensar que existo hasta que llega el momento en que, los que me encuentran, desde mis profundas aguas les proyecto la imagen de su vida. Como en una cascada de imágenes contemplo como se alegran, entristecen, enamoran conforme se va proyectando la película de su vida. Es en en final cuando se presenta la esencia de cada cual porque a través de las aguas que contengo se siente el pulso vital de las consecuencias de cada hecho pasado, presente y futuro.

Al final, como regalo y precio a su visita les impongo la contemplación de su propia muerte, un solo ejercicio: la propia valoración de su vida y si acaso, la elección del día de morir.

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